
Un niño que ha
crecido en un ambiente de excesiva atención, preocupación asfixiante o con los
deseos de los padres convertidos en obligaciones o expectativas demasiado altas
para la capacidad del hijo, puede encontrarse en su edad adulta con graves
problemas. Se debe aceptar al hijo tal y como es, sea cual sea su físico, sus
virtudes, personalidad, forma de ser, etc.; no hay que obsesionarse con el
niño; enseñarle las cosas que no sabe y no hacerlas por ellos, aunque lo hagan
mal o tarden mucho tiempo; evitar el miedo asfixiante hacia los hijos,
desgraciadamente lo que les tenga que suceder les sucederá; no imponerle los
sueños de los padres no cumplidos de pequeños, ellos tienen sus propias ideas y
hay que aceptarlas aunque no coincidan con las de sus padres; saber que el hijo
es capaz de lo que se proponga, animarlo en sus intentos y no creer o tener
miedo al fracaso; utilizar la comunicación como ejercicio diario, escucharlo,
comprenderlo y ponerse en su lugar, aunque sus ideas o convicciones sorprendan
o no se piense igual; alabar sus virtudes o logros y reconocer sus fallos;
fomentar su independencia hasta lograr su autonomía; animarlos a demostrar sus
sentimientos, sean de alegría o tristeza; interesarse en la vida del hijo, pero
no querer controlarla.
Los padres piensan
que amar es hacer el camino más fácil a los hijos, cuando realmente, además de
amor, lo que necesitan es:
- Adaptación y
reconocimiento de lo que realmente es.
- Respeto y
tolerancia de sus ideas y sentimientos.
- Libertad para
tomar decisiones.
- Apuntalar las
cualidades y aceptar sus limitaciones.
- Potenciar la
creatividad.
- Oportunidad de
compartir los sentimientos de pérdida, dolor o rabia.
En los primeros
años de la infancia, los hijos no podrían sobrevivir si les obligaran a ser
ellos mismos, pero cuando crecen se les debe alentar en su independencia y
reducir la necesidad de sus padres.
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